El otro día abracé a mi madre y al rodear su espalda pude sentir sus hombros, esponjosos, redondos, frágiles. Mis padres están envejeciendo. La gente que amo está envejeciendo. Y tengo miedo.
Las clases que he tomado con mi amiga, maestra y socia Leonor Silvestri han logrado reconciliarme un poco con la enfermedad y los estados valetudinarios de la vida. Sé y he asimilado que, si tengo suerte, me enfermaré: eso significa que he envejecido. No enfermarme significa que morí antes. Sin embargo, me resisto a asimilar las enfermedades de mis seres queridos y su eventual deceso; la idea está ahí como una verdad obvia e inevitable, pero, cuando descubro rastros de azúcar en una cuchara que no fue tallada con suficiente fuerza, o tengo que alzar la voz más de lo que me gustaría para mantener una conversación con mis padres, siento un escalofrío desde la nariz hasta la laringe, aprieto la mandíbula, la lengua me sabe a muerte. Y tengo miedo.
Tuve un fin de año feliz y pleno, pero esta idea me revoloteó por la cabeza en los últimos días. La semana pasada escuché la plática “Life is not fair” de Anne Carson y Linn Ullmann, donde Carson habló abiertamente de su lucha contra el Parkinson y compartió un extracto de su ensayo “Gloves On!”, en el que habla de sus prácticas de boxeo, las cuales toma como terapia. Me pareció que hablaba de modo bello y sensible de un tema que me intriga últimamente, y que por lo tanto era un pedazo de sabiduría que valía la pena compartir y comentar. Escribir esta introducción ha sido difícil y este tema me pone sensible. No sé qué más decir aparte de que Anne Carson es una de mis poetas favoritas y traducirla ha sido todo un reto y un placer.
Bueno, tu vida. Ahí está ante ti ‒ posiblemente un camino, un listón, una línea punteada, un mapa ‒, digamos que tienes 25, entonces, tomas algunas decisiones, haces cosas, tienes contratiempos, tienes triunfos, te vuelves alguien, un conductor de autobús, una profesora de lingüística indo-europea, un pirata, una cosmetóloga, pasan los años, tal vez en una familia tal vez no, tal vez feliz tal vez no, entonces, un día te despiertas y tienes setenta. Mirando hacia adelante ves un umbral negro. Empiezas a notar que ese umbral siempre está ahí, al borde, ya sea que lo mires o no. La mayoría de los momentos lo contienen, la mayoría de los momentos tienen ese sedimento de umbral negro al fondo del vaso. Te preguntas si otras personas también lo están viendo. Les preguntas. Te dicen que no. Les preguntas por qué. Nadie puede darte una respuesta.
Hace un minuto tenías 25. Luego vas y te haces de la vida que querías. Un día miras hacia atrás, de los 25 hasta acá, y ahí está, el umbral, negro, esperando.
Cuando me diagnosticaron con la enfermedad de Parkinson un síntoma que me mortificó particularmente fue que mi letra se desintegrara. Me gustaba escribir en cuadernos, libreros llenos de ellos, día tras día, año tras año. Ahora, los trazos ascendentes se doblan o se quiebran o se van en todas direcciones, las vocales quedan reducidas a figuras amorfas, la inclinación de las letras pierde su ángulo suave y dinámico, todo luce penoso. Rayoneo párrafos enteros con vergüenza.
Es difícil explicar la vergüenza de una mala caligrafía.
La mala caligrafía es fea. También es inauténtica. En el sentido de que no es tú.
El Parkinson es una enfermedad que apaga ciertos genes en las células del cerebro, nadie sabe por qué. Por lo tanto, muchas acciones físicas, y algunas acciones cognitivas, quedan inhibidas o arruinadas.
En El Cerebro Que Se Cambia A Sí Mismo, Norman Doidge escribe:
Cada célula de nuestro cuerpo contiene todos nuestros genes, pero no todos esos genes se encienden o se expresan. Cuando se enciende un gen, hace una nueva proteína que altera la estructura y función de la célula. A esto se le llama función de transcripción porque cuando el gen se enciende, la información sobre cómo hacer estas proteínas se “transcribe” o se lee desde el gen individual.
Así que el cerebro tiene su propia caligrafía. La cual depende de cierta proteína. Puedo imaginar al pobre de mi cerebro alzando sus manos aterrado al ver que toda la proteína de la buena caligrafía ha quedado hecha trizas o hecha nada.
Entro a la zona del desastre. Manos dentro de manos. Vectores metabólicos y metafóricos que se traslapan. ¿Es confuso? Sí, es confuso.
¿Qué diferencia hay entre la caligrafía de Keats en sus cartas o anotaciones para un poema y las “copias claras” que hacía para sus editores o amigos? Estudio esta diferencia. Me digo a mí misma, tan solo se trata de poner atención; voltear la página, poner atención, intentar de nuevo. Intento otra vez; me sale mal. La vida se desliza un grado más hacia la barbarie.
¡La vida ya no es clara!1
La caligrafía es una marca de mi interior que pongo en mi exterior, seguido con miras de mostrar, decir, comunicar. Lleva a cabo lo que Gerard Manley Hopkins llamaba el “inscape”2. (Nota: Hopkins quería decir varias cosas con "inscape”, no conozco suficiente de su psique o su poesía como para representarlas aquí, pero esos cuadernos de Dublín… ¡wow!)
Si tu letra se inclina a la derecha eres una persona fuertemente influenciada por tu padre; los procrastinadores puntúan sus íes hacia la izquierda, etc. La grafología es el estudio de la caligrafía en tanto pista para analizar el carácter. Es difícil no creer que sea una buena pista.
Desintegración de las escrituras: también funciona como una imagen aterradora del deterioro cognitivo que es otro efecto gradual de la enfermedad de Parkinson. Vaguedad, olvidos, discontinuidad, huecos y fisuras, ralentizaciones, pausas. Cuando los críticos hablan del “estilo tardío” de Beethoven o Baudelaire, ¿se refieren a las marcas sobre el papel al igual que, o como una pista de, las obsesiones en sus cerebros?
“En la historia del arte, las obras tardías son las catástrofes”, escribe Adorno en Monografías Musicales.
Grafológicamente hablando, el arte de Cy Twombly posee una aberración. Sus pinturas incluyen palabras escritas a mano inscritas de tal manera que evitan ofrecer alguna pista de él o de su carácter o de su estado interior. Garabateadas, borroneadas, torpes, ociosas, desgarbadas: esa mano no es de nadie, o es de todos, o es mítica, o tan solo una mancha que quedó de algo que estaba escrito ahí antes. Una marca sin persona en ella. Sin vergüenza.
Al parecer ahora los neurólogos creen que el cerebro es plástico y ciertas actividades pueden reconfigurarlo, al generar nuevas neuronas que reemplacen a las perdidas o al estimular a las neuronas que se han quedado inactivas o vuelto lentas. Recomiendan boxear. Voy a clases de boxeo tres veces a la semana. Todos en la clase tienen Parkinson, varios grados de daño. En cierto punto en cada clase (después de estirar, hacer sombra, ejercicios, entrenamiento de fuerza), el instructor grita: “¡Guantes!”. Nos apuramos para ir a los casilleros por nuestros guantes de boxeo. Ponerte el primer guante es fácil. Para ponerte el segundo tienes que buscar ayuda. “¡No usen los dientes!”, nos advierte el instructor. Dato curioso: es imposible conjurar al umbral negro cuando alguien te está poniendo un guante de boxeo.
Temblores, ¿qué son? Son la sacudida incontrolable de una extremidad, los identificó el boticario y cirujano James Parkinson en 1817 como uno de los primeros síntomas notables en una persona que sufriera lo que él llamaba “La parálisis temblorosa”.
Cuando intento producir un movimiento complicado como una combinación uno-dos-cuatro-cinco en boxeo (jab izquierdo, cruzado derecho, gancho derecho, uppercut izquierdo) puedo sentir a las neuronas en mi cerebro esforzándose y luchando. Sí, puedo sentirlo. Seguro piensas que estoy loca. Perdón, que soy neurológicamente diversa.
Digamos que un temblor se produce por la electricidad que fluye a lo largo de un camino nervioso a una velocidad que no me gusta y que no puedo controlar. Por ejemplo, cuando me cepillo los dientes, cosa que hago con mi mano y brazo derechos, donde tengo un temblor, el cepillo se sacude de arriba para abajo a una velocidad salvaje, chocando con mis labios y encías. Pero un camino nervioso tiene un plano de acción. Si me concentro y cambio el plano ‒ al subir o bajar mi brazo ‒ puedo interrumpir el flujo y contener el temblor. La concentración es clave. Tengo que pensar hacia3 el movimiento.
Un hombre llamado John D. Pepper descubrió algo similar al gestionar sus problemas para caminar. Él abordaba sus problemas para caminar caminando: quince millas por semana en tres sesiones de cinco millas cada una a una velocidad de cuatro millas por hora. Cuatro millas por hora es un paso más rápido que aquel en el que naturalmente quiero caminar. Es una lucha. Tengo que ponerle atención al movimiento. Es decir, los movimientos motores que cualquier otra persona podría ejecutar de manera automática a mí me requieren atención consciente. Al involucrarse en esta técnica de movimiento consciente, Pepper consiguió controlar el temblor y otros síntomas motores. Probablemente le dio Parkinson en sus treintas (aunque no estaba diagnosticado en el momento) y ahora tiene noventa. Intensamente, él prospera.
Mantenerse firme contra una corriente que nunca deja de jalar: los libros me dicen que ponga atención consciente, continua, a acciones como caminar, escribir, cepillarme los dientes, si quiero inhibir o retrasar el fallo de las neuronas en el cerebro. Es difícil vivir dentro de un esfuerzo constante. Es difícil vivir dentro de la palabra “degenerativa” que significa que, por más que me esfuerce, no gano.
Por supuesto todo el mundo se esfuerza toda la vida. Y nadie gana contra la mortalidad. Pero hay una diferencia entre esforzarse para (digamos) aprender griego antiguo o hacer la limpieza y esforzarse para poner atención microscópica a cada instante de un acto físico. Al estudiar su propio modo de caminar en Revierta la Enfermedad de Parkinson, Pepper lo analiza y lo divide en nueve segmentos de acción y seis objetivos de atención por cada paso que toma. Chéquenlo. El hombre es intenso.
Escribir este ensayo en un cuaderno con un bolígrafo ha sido un ejercicio humillante. La letra es quizá un 60 por ciento legible. No logro ningún tipo de liberación a lo Twombly del caparazón del cliché o de los grilletes de mi personalidad con este garabato. La mano es demasiado yo. Y, francamente, un poco detestable.
Pero mantengámoslo ligero al final. Puede que citar a Barthes eleve el tono.
Al describir la torpeza de la mano de Twombly Barthes hace una observación sobre su ligereza, su inclinación hacia gradualmente borrarse a sí mismo y desvanecerse en un vapor de inocencia. Admira su impulso por “enlazar en un solo estado lo que aparece y lo que desaparece; (no) separar la exaltación de la vida del miedo a la muerte (sino) para producir un solo afecto: ni Eros ni Tanatos, sino Vida-Muerte, en un solo pensamiento, en un solo gesto”: ¿en un solo temblor?
Publicado originalmente en London Review of Books el 15 de agosto de 2024.
Aquí, Anne Carson hace un juego de palabras con las “copias claras” de Keats. En el original dice “fair copies”; “fair” se traduce como justo, bello, claro (como entendible) y claro (de color). “Fair copy” puede traducirse también como “copia en limpio”. En este renglón, cuando Carson escribe “Life is no longer fair!”, también puede entenderse como “¡La vida ya no es justa!”, pero en el contexto del ensayo también habla sobre cómo su letra se ha vuelto confusa, y sus células están confundidas, por el Parkinson. Por eso opté por utilizar el término “claro” para ambas acepciones: porque la vida ya no le queda clara.
Término intraducible —y muy interesante— que más o menos significa “paisaje interior”.
Aquí Carson dice “I have to think into the motion”, cosa que resulta intraducible porque como bien decía Borges, el inglés es un idioma físico en el que puedes “dream away” las cosas.
uuuuuuuf. buenisima la traducción… muy a tiempo para el moood nostálgico en el que ando causado por mis 30 años y regresar a vivir a la casa de mis papás…verlos envejecer y vivir contentos pero cansados…lit. Gracias por este ensayo…📮🩷❤️🔥📄📄📄📄